Yo no recuerdo todo, pero fue más o menos así. Pancho Virasoro nació en Buenos Aires cuando su padre decidió largarse o debió partir hacia algún lugar desconocido. Pasó a vivir entonces con la familia del hermano de su madre. Ella trabajaba desde el alba hasta el atardecer en un juzgado cerca del centro, amándolo profundamente en todo momento. Tal vez esa huella maternal fue la que marcó el camino, como un eco desdibujado que se escucha tras una conmoción, cuando se vio extraviado por primera vez. O tal vez tuvo que descavarse completamente solo –no sé si los que lo acompañábamos entonces fuimos de alguna ayuda.
Esto ocurrió temprano, alrededor de los 12 años, ni bien despertó la conciencia de sí y comenzó la lucha por tomar posesión de su propio cuerpo. Lo rodeaba un mundo perverso a su manera, que no tardó en maltratarlo –no voy a relatar aquí detalles de este sucio evento. Era un chico flaco, elástico e increíblemente fuerte, con rasgos marcados, morocho y con los ojos celestes y un poco erráticos de los que usaron anteojos mucho tiempo y de pronto ya no los necesitan. En esa época estaba muy enojado, o más bien rabioso, y la mordacidad con que despreciaba al mundo era implacable. Era un gran imitador. Podía sonar como un hombre o una mujer, como un lord paraguayo o un fulano inglés, podía copiar el timbre de un pájaro, simular un choque o el rugido de un alud de nieve.
Yo no sé si cantar era exactamente lo que buscaba entonces; sí recuerdo que abría la voz y la volcaba sobre las cosas, interpelándolas como si fuera un brujo, o como el que juega con un animal. Quedaba atormentado y luminoso luego de hacer figuras sonoras, como un niño que baja muy hondo para recolectar una piedra del fondo del agua, y sube sintiendo el peligro y la fascinación de no haberse ahogado por un pelo.
Pero luego esos juegos dejaron de interesarle. Con un plan confuso de estudiar economía, a los 17 años deambuló durante unos años por algunas universidades, juntándose casi siempre con aquellos que podían cantar con él o acompañarlo en el piano o de algún otro modo. En esa época comenzó una suerte de perestroika afectiva, alzándolo sobre el foso que lo había rodeado. Vivió desmayado, sostenido por el hilo de su voz, mientras el pez dejaba la torpeza que lo afecta en la tierra para entregarse al mar.
Al dejar ese camino estudia en el Conservatorio Nacional López Buchardo y en la Escuela de Música Contemporánea Berklee. Habla mucho con pocas personas; trabaja la voz bajo la supervisión de Oscar Ruiz y Marcelo Velasco Vidal. Mantiene sesiones de Profilaxis Vocal con Mercedes Bassi y de actuación con Lizzie Waisse, egresada y maestra del I.S.A. del Teatro Colón. Sigue riendo muy fuerte, a carcajadas, como cuando era chico, pero sin ese barniz tenebroso o maléfico, que por ese entonces empieza a disolverse. Se obstina en darle forma al amor, su canto se vuelve una lupa concentrada en encenderlo y extenderlo.
Decide llevar adelante una profesión de cantante. Invade el imaginario colectivo con el legendario jingle “a há há” para Personal; también ejecuta otros para Microsoft, Mastercard y Pantene. Prepara el rol de Aladin y Clopin para shows de Disney, realizando más de ochenta presentaciones que deslumbran a los pequeñitos. Viaja a España, pierde todo su equipaje, deambula, trabaja en la discoteca Amnesia, y vuelve a la Argentina flaco, flaco como cuando era chico. Indaga en la comedia musical, siendo Dr. Jekyll y Mr. Hyde en la obra homónima, siendo Jesús en Jesús Christ Superstar, Pippin en Pippin, y con roles protagónicos en Rent, Rocky Horror Show, We Will Rock You y El Testigo. Lo aplauden rabiosamente; algunos lo adoran. Recorre importantes teatros como el Lola Membrives, el Cervantes, el Avenida, el Nacional, el Opera y el Gran Rex, bajo la dirección de Cibrian Campoy, de Mahler y de MacFarlane. Comienza a dar clases de canto en institutos de Buenos Aires, práctica que ordena su vida agitada y le produce sereno placer.
Al disiparse el miedo a perder el control frente a cualquier avatar, comienza a experimentar con juegos imprudentes. Explora el deseo brutal e informe, se enamora, ama y llora. Acompaña a amigos que caen enfermos. La fragilidad del amor, bajo sus diversas formas, es quizás el tópico que más lo inspira, y aquello que explica algunas de sus afinidades y elecciones posteriores.
Trabaja junto al sexteto a capella Voxpop, que sale de gira por la Argentina y el exterior y graba tres placas discográficas. Realizan presentaciones en el Chacarerean Teatre, en Velma Café, en Clásica y Moderna y en el Gran Rex. Funda el proyecto Killer Ballads –donde pone en fila esa tradición de tentados por la muerte, señalándola con humor y cierta intriga–, e interpreta temas de Nick Drake, Kurt Cobain, Jim Morrison y Shannon Hoon. Tras su disolución, conforma el dúo con guitarra White Goddess, interpretando a Cole Porter, Kurt Weill, Gershwin e Irving Berlin en el Teatro El Cubo, Thelonius y Clásica y Moderna.
Las últimas veces que nos encontramos lo vi alegre y vibrante; me contó que había cruzado el año sin invasiones. También describió algunos proyectos en los que trabaja actualmente, y otros que prepara para el futuro próximo. Como ocurre habitualmente en nuestra cultura, el campo de lenguajes y vivencias que cimientan sus raíces es complejo y diverso, y apenas si fue anticipado hasta aquí lo que puede suceder. Quizás algo dulce y extático como la nieve en la copa de los árboles, que de pronto se precipita violentamente.